El armiño es un mamífero de unos veinticinco centímetros de largo, sin contar los ocho de la cola, de piel muy suave y delicada, parda en verano y blanquísima en invierno, a excepción de la punta de la cola, que es siempre negra. Las elegantes damas que abrigan sus cuellos con estolas de armiño --una moda que la ecología ha tornado menos refinada desde hace unos años-- en general ignoran que este animal de piel tan codiciada era visto con cierto desdén en la Alta Edad Media, cuando se le llamaba armenius mus (rata de Armenia). Aunque el armiño vive en Escandinavia y en el norte de Rusia, sus pieles llegaban al Mediterráneo de la mano de los mercaderes del Medio Oriente, región cuyo país más visitado por los europeos de aquella época era Armenia. El gentilicio latino correspondiente le dio el nombre al animalito, que fue así conocido en tierras remotas después de muerto, apenas por su piel y por el nombre del lugar por donde ésta pasaba al ser exportada. Este vocablo aparece por primera vez en castellano como armino, en el verso 2749 del «Cantar de la Afrenta de Corpes», en el Cantar de Mio Cid:
Levaron les los mantos | e las pieles arminas mas dexan las maridas | en briales y en camisas e a las aves del monte | e a las bestias dela fiera guisa. Por muertas la[s] dexaron | sabed, que non por bivas.
Corominas considera probable que el mus ponticus (rata del mar Negro) mencionado por Plinio sea el propio armenius mus, cuyo nombre cambió en algún momento de la Edad Media, cuando en España era intenso el comercio de pieles con la región del mar Negro.
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