Como es sabido, el intelectual y político romano Marco Tulio Cicerón —uno de los oradores más facundos de la época clásica— debía su apodo a una verruga con forma de garbanzo que tenía debajo de la nariz. En latín, cicero y su acusativo ciceronem era el nombre del garbanzo. En el italiano de hoy, se da el nombre de cicerone a los guías turísticos, que llevan a los visitantes a los lugares más célebres de la ciudad explicándoles con detalles historias y anécdotas de cada uno de ellos. Como los cicerone suelen hablar mucho y con gran expresividad para ganarse la simpatía de los turistas, se ha comparado su facundia con la del propio Cicerón, de ahí su nombre. En español la palabra ingresó al diccionario de la Academia con la misma grafía del italiano a partir de 1869. Treinta años más tarde se incorporó también cicerón con el sentido de 'hombre muy elocuente'.
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