Cuando los romanos terminaban la construcción de un edificio, no lo ocupaban de inmediato, sino que antes consultaban a los augures, que buscaban indicios del futuro en el vuelo de las aves o en los intestinos de pájaros muertos. Una vez conocido el fallo de los augures --el ‘agüero o augurio’-- el edificio quedaba inauguratus ‘inaugurado’, es decir ‘consagrado por los augurios’ y podía ser ocupado y utilizado.
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