El propóleo es una mezcla resinosa obtenida por las abejas de las yemas de los árboles, exudados de savia u otras fuentes vegetales y que luego procesan en la colmena como sellante de pequeños huecos (6 mm o menos), en ocasiones mezclado con cera y para "barnizar" todo el interior de la colmena.
Los griegos llamaban πρόπολις (própolis) a las puertas de una ciudad, voz formada por el prefijo pro- y polis ‘ciudad’. Más tarde, Plinio empleó esta palabra en latín para darle nombre a la cera con que las abejas recubren la entrada de sus colmenas a fin de protegerlas contra hongos y bacterias.
Las propiedades antibióticas y fungicidas de esta sustancia, que en nuestra lengua se llama propóleo, eran conocidas desde la más remota Antigüedad por los sacerdotes egipcios, por los médicos griegos y romanos, y también por algunas culturas sudamericanas.
Ciertamente, propóleo está vinculada por intermedio de polis, con muchas otras palabras de nuestra lengua, tales como político ‘relativo a la ciudad’, metrópolis ‘ciudad madre’ y policlínica ‘establecimiento de salud pública para la atención de una ciudad’.
Cabe añadir que polis proviene del sánscrito pur ‘ciudad fortificada’, que se encuentra en el nombre de Singapur ‘ciudad de los leones’.
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