Los antiguos griegos consideraban que su país era el mejor, más avanzado y más civilizado del mundo, y su lengua, la más perfecta y armoniosa, por lo que no les interesaba aprender idiomas de otros pueblos ni conocer sus costumbres. Por esa razón, poco sabían de geografía y desconocían el resto de Europa, a la que llamaban genéricamente Kéltica.
En tiempos de Julio César, los romanos llamaron galli ‘galos’ o celti (que pronunciaban kelti) a los pueblos que habitaban al norte de los Alpes, hasta Gran Bretaña e Irlanda. Los celtas dejaron vestigios de su cultura en Francia y España, y su lengua —el indicio más manifiesto de esa cultura— pervive aun hoy en las lenguas gaélicas y bretonas, habladas en Irlanda y Escocia, así como en el gallego.
Hoy la palabra se refiere históricamente a pueblos prehistóricos que hablaban lenguas celtas, una de las ramas del árbol indoeuropeo y contemporáneamente, a regiones como la Bretaña francesa, Galicia, Asturias, Cantabria, norte de Portugal, Irlanda y parte de Bélgica.
Fueron de origen celta los druidas, así como lo son celebraciones que se extienden hasta la civilización occidental actual, como la fiesta de Halloween.
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