En la antigua Grecia, oráculos eran los lugares en los que sacerdotes y pitonisas daban a conocer las respuestas de los dioses a las consultas que les habían sido formuladas. La palabra se usaba también para designar el propio lugar de las profecías. En la actualidad, oráculo se usa también en nuestra lengua para denominar al sabio que es escuchado por todos en virtud de su sabiduría.
El oráculo más antiguo y célebre de Grecia fue el de Delfos, situado en la falda del monte Parnaso, enfrente del golfo de Corinto. Según la tradición, el oráculo había pertenecido primero a Gea, la Madre Tierra, pero esta se lo dio a Apolo o, según otras versiones, él se lo robó. Los secretos del oráculo eran revelados a los hombres por una sacerdotisa a la que se llamaba Pytho (de donde proviene pitonisa).
Homero –que vivió en el siglo IX a. de C., según la hipótesis más aceptada– ya conocía el oráculo, establecido por esa época en una colonia de Micenas. Esta creencia se tornó panhelénica solo entre los siglos VII y VI antes de nuestra era, cuando los legisladores empezaron a buscar el consejo de Apolo para sus decisiones.
La palabra oráculo llegó a nuestra lengua procedente del latín oraculum, que se formó a partir del verbo orare 'hablar'.
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