El verbo latino venire (venio, -is) equivale al español venir, pero los autores clásicos le habían dado una amplia gama de significados, tales como ‘avanzar’, ‘atacar’, ‘nacer’ (el sol o un astro), ‘resultar’ (en el sentido de ‘ser producto de una operación aritmética’). Virgilio decía aquila veniente para significar ‘cuando el águila cae (sobre las palomas)’, y Cicerón usaba venire contra alienum con el sentido de ‘entablar un juicio a un extranjero’. El supino de venio es ventum, de donde procede ventus, -i, que dio en español viento. Y también ventura y aventura. El sentido de llegar lo obtenían los latinos con el prefijo ad-, formando el verbo advenire (advenio, -is), a partir de cuya forma supina adventum, se derivaron palabras castellanas como adviento y advenimiento. Con el prefijo prae-, se formó praevenire, para denotar ‘preparar’, ‘avisar’ o ‘advertir’, o sea, prevenir; y con el prefijo con-, el verbo convenire, con el sentido de ‘ir juntos a un lugar’ o ‘ir todos al mismo lugar’, de donde se derivaron las palabras castellanas convenio, conveniente, convención y convento. Si, en cambio, se anteponía el prefijo in-, se formaba el verbo invenire ‘encontrar’, ‘descubrir’, ‘inventar’, ‘obtener’. El supino de invenire era inventum, que dio lugar al sustantivo masculino inventus, empleado por Plinio con el sentido de ‘invención’ o ‘hallazgo’, que derivó en nuestro invento. Pero la denotación de ‘hallazgo’ dio lugar también al latín medieval inventorium ‘lo que se encuentra’, ‘lo que está allí’, de donde proviene nuestro inventario. En el castellano medieval se formó avenir, con el sentido de ponerse de acuerdo, avenirse, como ocurre con las parejas o con los socios bien avenidos.
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