Persona que no cumple sus obligaciones o se niega a obedecer a sus superiores (un niño a sus padres o un funcionario a sus jefes), o bien se rebela contra las normas socialmente establecidas. Veamos este fragmento de Francisco Javier Satué en su novela El desierto de los ojos (Barcelona, Laia, 1986):
Burke coincidía con la figura de un director de escuela que ha citado al alumno díscolo para comunicarle su expulsión.
La palabra, que nos viene del latín tardío dyscŏlus, y este del griego δύσκολος (dýskolos) ‘persona difícil de tratar’, ‘irritable’, ingresó a nuestra lengua por vía culta en el siglo XVII, como vemos en este fragmento de la Crónica agustina (1657), de Bernardo de Torres (Corde):
Restituyó la Provincia a su primitiva observancia, premiando a los virtuosos, castigando a los díscolos, y corrigiendo a los imperfectos.
En las últimas décadas este adjetivo pasó a ser aplicado a los estados que se niegan a acatar las normas de los organismos multilaterales más representativos de la comunidad internacional, como en este fragmento de Hugo Fazio Bengoa archivado en el Corpes XXI (RAE):
(...) se había desencadenado una ola de atentados terroristas que le sirvieron de justificación para emprender nuevamente la guerra contra los movimientos separatistas de la díscola República de Chechenia.
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