Todos hemos oído hablar del herpes, una enfermedad de la piel causada por al menos tres tipos diferentes de virus, y extremadamente dolorosa. El herpes labial suele aparecer, como su nombre lo indica, en los labios, con la forma de un racimo de ampollas. Otra forma, conocida popularmente como culebrilla, puede aparecer en el vientre. En algunas formas de cáncer, esta molestia se desarrolla sobre la piel, encima del cáncer y se extiende junto con el tumor. Según una antigua creencia, el paciente muere cuando los dos extremos de la culebrilla se tocan. Lo que ocurre es que, cuando el cáncer alcanza esa extensión, el paciente suele estar ya en estado terminal. Veamos el origen de estas palabras, todas ellas unidas por la idea de serpiente que las enlaza como un hilo conductor, por lo menos desde el tiempo de los griegos. Herpes proviene de una palabra griega --erpe, erpetós-- que significa, precisamente, culebra o serpiente. Lo curioso es que serpiente procede de latín serpere ‘arrastrarse’, que también se deriva del griego erpe, erpetós. Isidoro de Sevilla, uno de los primeros etimólogos de la historia, habla de una dolencia cutánea, que parece ser el herpes, a la que da el nombre de serpedo, serpedinis. Podríamos pensar que un herpetólogo es un médico especializado en el tratamiento del herpes, pero no es así: el Diccionario nos informa que se trata de un especialista en reptiles.
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