El hombre es, desde los tiempos más remotos, una criatura fascinada por aquello que no puede entender y sigue siéndolo aun hoy, cuando el conocimiento científico ha desbrozado buena parte del territorio de lo inexplicable.
Los latinos llamaban miraculum a aquellas cosas prodigiosas que escapaban a su entendimiento, como los eclipses, las estaciones del año y las tempestades.
En español se dijo durante mucho tiempo miraclo (Berceo) y miraglo (Palencia), que serían formas de españolización más adecuadas del latín miraculum ‘prodigio’, ‘milagro’, pero en romance peninsular la r y la l intercambiaron sus lugares, de modo que la forma actual ya aparece cristalizada en el Diccionario latino-español, de Nebrija.'
Miraculum provenía de mirari, que en latín significaba ‘contemplar con admiración, con asombro o con estupefacción’. La forma latina se mantuvo con idéntica grafía en el francés y en el inglés miracle, y en el italiano miracolo, entre otras lenguas neolatinas.
Mirari dio origen a otras palabras que el latín legó al español, tales como mirabilis, que derivó en admirable; miratio, -onis, en admiración y también en espanto; mirator, en admirador, y mirificus en mirífico, admirable, maravilloso.
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