Este adjetivo, que se aplica a las mujeres homosexuales, nació a partir del nombre de la isla de Lesbos, en el mar Egeo, que fue un brillante centro de vida intelectual y artística en los siglos VII y VI a. de C.
El nombre más destacado de la producción literaria de aquella época es el de la poetisa Safo, de la cual hoy se conservan solo unas pocas líneas, pero cuya contribución fue tan importante en la formulación del género literario helénico de su época que se llegó a acuñar monedas con su efigie.
En algunos de los versos más dulces y tiernos de Safo, se rinde homenaje a la belleza de las jóvenes de mayor hermosura de la isla, de donde se concluyó que la poetisa era homosexual, aunque, en realidad, poco se sabe sobre ella, y no hay ningún dato que permita afirmar esto en forma categórica.
En aquella época, las mujeres de las familias pudientes de Lesbos solían reunirse en sociedades informales para deleitarse en placeres como la composición y el recitado de poesías. Safo, inspiradora de uno de esos grupos, atrajo a un gran número de admiradoras de otras ciudades, que fueron a la isla a componer y a disfrutar poesías, cuyos temas principales solían ser los amores, odios y celos que surgían en aquella atmósfera.
Ocho siglos después de su muerte, sus trabajos fueron publicados por la biblioteca de Alejandría, pero no sobrevivieron a la Edad Media, y todo lo que hoy resta de su obra es un único poema completo de veintiocho líneas, además de numerosos fragmentos cuyo número aumentó con el descubrimiento de papiros, pero se considera que constituyen apenas una pequeña fracción del trabajo de Safo. En lo que quedó de su obra, no hay ninguna referencia a actividades homosexuales, pero la isla se convirtió en símbolo del amor entre mujeres, y el nombre de Safo perduró en la literatura como denominación de los versos endecasílabos, también llamados sáficos.
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