Para los romanos sólo había dos estaciones: una muy prolongada, y la otra, breve. La primera estaba compuesta por la suma de lo que hoy llamamos primavera, verano y otoño, mientras que la más breve era el hibernum tempus ‘invierno’. La más prolongada se llamaba ver, veris, palabra que dio lugar a nuestro verano, pero en determinado momento, el comienzo de esta estación se llamó primo vere ‘primer verano’ y más tarde, prima vera, de donde salió nuestra primavera, mientras que la época más calurosa tomó el nombre de veranum tempus ‘verano’. A pesar de este desmembramiento, la estación cálida todavía era más prolongada, hasta que en cierto momento, su período final, el tiempo de las cosechas, fue llamado autumnus, voz derivada de auctus ‘aumento’, ‘crecimiento’, ‘incremento’, que procedía, a su vez, de augere ‘acrecentar, robustecer’. El vocablo latino autumnus llegó a nuestra lengua como otoño.
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