Del latín infernum y éste, probablemente, del griego averno o, tal vez, de inferus ‘inferior’, ‘subterráneo’. Para los antiguos griegos, los muertos debían cruzar el río Aqueronte, que daba siete vueltas alrededor del Infierno, a bordo de una barca que era guiada por Caronte, un genio del mundo de los muertos, quien navegaba protegido por su perro Cerbero, hermano de la Hidra de Lerna. Caronte cobraba por el viaje, y quien no pagaba la travesía tenía que pasar cien años vagando por las márgenes del río, una idea en la que, quizá, se inspira la creencia cristiana en el Purgatorio. Para proteger a los muertos de ese destino, los griegos acostumbraban poner una moneda debajo de la lengua de los cadáveres antes de enterrarlos. El can Cerbero, por su parte, dio origen a la palabra cancerbero, que se aplica a los guardias o porteros de modales groseros.
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