Todos hemos oído alguna vez a personas que ingenuamente creen que tal o cual palabra no existen porque no están en el diccionario, como si las palabras nacieran en los diccionarios.
El vocablo cofín es el caso contrario; es una palabra que no existe pero sí está en diccionario académico, sin ninguna marca diacrónica, como si estuviera vivita y coleando. Es verdad que algún día existió, hasta hace unos cuatrocientos años, pero, aunque ya murió, el diccionario dice que existe y que proviene del “antiguo” cofino, derivado, a su vez del latín cophĭnus, y este del griego κόφινος (kóphinos).
El diccionario, considerado por muchos “la obra mayor la lexicografía española”, define esta palabra hoy inexistente como ‘cesto o canasto de esparto, mimbres o madera, para llevar frutas u otras cosas’. Las palabras, es cierto, nacen, viven y mueren, y cofín parece ser una palabra muerta, de esas que solo deberían encontrar lugar en los diccionarios históricos. Una consulta al respecto, que hicimos este mes a la RAE, usando su mecanismo de Twitter, recibió la callada por respuesta.
En los corpus en los que se supone que la Academia basa sus trabajos, el último registro que existe de su uso data de 1626, en la pluma de la novela de Quevedo en La vida del buscón llamado don Pablo:
[...] por la calle Mayor vi una confitería, y, en ella un cofín de pasas sobre el tablero, y, tomando vuelo, vine, agarréle y di a correr.
Este es el registro más reciente que presenta la Academia.
Aunque no venga al caso, agreguemos para terminar que el latín cophĭnus también es el étimo de la palabra inglesa coffin ‘ataúd, féretro’, según el etimólogo británico Eric Partridge.
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