Esta palabra de luminosas evocaciones, usada hasta el cansancio por todas las religiones cristianas, se basa en el vocablo griego koilon ‘hueco’, del cual se derivó la voz latina cælum, que designaba un hueco de magnitud gigantesca. En efecto, los latinos llamaban así a la bóveda celeste, que, debido a su extensión infinita, consideraban la concavidad por excelencia. Cielo aparece por primera vez en castellano en el Cantar de Mio Cid, en 1140. Celeste, en cambio, sólo se registra en la primera mitad del siglo XIII, derivada directamente del latín cælestis, con el mismo significado. De celeste provienen Celestino y Celestina. De la forma femenina surgió celestina, que se usa para denominar a la alcahueta (v. alcahuete*), la mujer que vive de concertar encuentros amorosos, referido a la heroína de la tragicomedia Calisto y Melibea, de Fernando de Rojas.
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