En los tiempos que corren, llamamos tirano al dictador, al sujeto que se apodera del aparato de Estado para gobernar como mejor le parezca y convenga, guiado solo por su voluntad y por los intereses de sus amigos.
Sin embargo, el primer tirano de la historia, Pisístrato, que rigió Atenas entre 561 y 527 a. de C., no fue tan malo. Administrador moderado, Pisístrato gobernó con benevolencia y se granjeó la simpatía de los atenienses. Embelleció la ciudad mediante la construcción de los templos de Zeus Olímpico y de Apolo, así como con el Liceo. Abrió caminos, hizo un acueducto, repartió tierras, promovió préstamos a los viticultores y a los plantadores de olivos y dinamizó la economía mediante la construcción de puentes y caminos. Fue el primer gobernante de la historia que ordenó escribir los poemas de Homero. A su muerte, lo sucedieron sus hijos, Hipias e Hiparco, quienes gobernaron hasta 510 a. de C.
Para los griegos, un tyrannos era un líder que derrotaba a la aristocracia y se alzaba con el poder para beneficio del pueblo, pero para la aristocracia ateniense, Pisístrato era un déspota.
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