Se trata de una palabra antigua en nuestra lengua, que los corpus del español reseñan en todas las épocas a partir del siglo XIII, cuando aparece en textos de Berceo y de Alfonso el Sabio, o en este trecho de la traducción de la Eneida, de Enrique de Villena, algo posterior, pues fue publicada en 1427: […] aprovechándose d’ellas cuanto la nesçesidat requiere, aviéndolas en medianos entre nós e la patria çelestial, donde somos naturales, reputándose bevir en exilio mientra cursa en la presente vida. Sin embargo, como observa Corominas, este vocablo se usó muy poco hasta el fin de la Guerra Civil Española (1939), cuando se hizo común para designar el destierro masivo de militantes republicanos, principalmente hacia Francia, Rusia y América. Se trata de un derecho amparado por numerosos tratados internacionales con el fin de proteger a los perseguidos por razones políticas o ideológicas. No obstante, en la Antigüedad, cuando por ser extranjero, el desterrado era reducido dondequiera que fuera a la condición de ciudadano de segunda clase, el castigo del exsilium, (entre los griegos, ostrakismós, de donde ostracismo*) era equiparable con la pena capital. La palabra latina se derivaba del verbo exsilire, que significaba ‘exiliarse’ o, como transitivo, ‘exiliar’ (a alguien). No obstante, el significado original etimológico era ‘saltar hacia fuera’. En efecto, exsilire se formó con el verbo salire ‘saltar’ precedido por el prefijo ex- ‘fuera’. En la Edad Media, Dante Alighieri describió así la suerte del exiliado: [...] sentir el sabor amargo, la boca llena del pan de extraños y cuán duro es el camino de subir y bajar por escalera ajena. Y Shakespeare, por su parte, mencionaba ‘el pan amargo del exilio’.
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