El concepto de lo sagrado como un lugar, un hecho, una persona o un objeto digno de respeto y de veneración acompaña al hombre desde las épocas más primitivas.
Los pueblos prehistóricos indoeuropeos empleaban la raíz sak- y su forma sufijada sak-ro para nombrar todo aquello que merecía su veneración y era, por tanto, objeto de rituales sagrados. Para denominar a aquellos que llevaban a cabo tales ritos, los indoeuropeos añadieron la raíz -dhot- ‘hacer’ y formaron sak-ro-dhot, que llegó a nosotros como sacerdote pasando por el latín sacerdos, -otis. Ovidio decía sacra alteram, patrem ‘el padre, otro objeto sagrado’.
El hueso sacro, situado en la base de la columna vertebral y en la porción superior de la pelvis, era llamado por los latinos os sacrum ‘hueso sagrado’, quizá porque en tiempos anteriores a ellos, en los cultos a Osiris, era un hueso ofrecido a los dioses en sacrificios. Este sintagma latino es un calco del griego ιερό οστό (hieró ostó), con igual significado, empleado para designar el mismo hueso.
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