Predecir lo futuro o descubrir lo oculto utilizando agüeros o sortilegios. O, también, hacer conjeturas que permitan descubrir lo ignorado.
Aunque la Academia dice que se usa para acertar lo que quiere decir un enigma, pensamos que los enigmas se descifran, no se adivinan.
Los romanos creían que los dioses otorgaban el poder de la adivinación a hombres privilegiados por ellos, los arúspices (del etrusco haru ‘entrañas’ con el verbo latino spicio ‘mirar’), así llamados porque examinaban las entrañas de las víctimas. Esta era una vieja creencia etrusca, aunque se supone que podría ser mucho más antigua, probablemente de la época en que los pueblos indoeuropeos llegaron a la Península Itálica. Por el don que los dioses le concedían, un arúspice era también un homo divinus y más tarde, simplemente, divinus. En los primeros siglos de desarrollo del español, se registra la palabra divino con este sentido.
En el siglo XIII, en los poemas de Berceo, el autor más destacado de las obras devotas conocidas como mester de clerecía, ya se utilizaba el verbo devinar, que aparece como adevinar en la obra Gran conquista de ultramar a fines de ese siglo. El vocablo, tal como lo conocemos hoy, solo surge en el siglo XVI.
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